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Elogio y necesidad de un catálogo

Se caería en el reduccionismo al atribuir la decadencia actual —galopante, miserable y inaudita— a los excesos del culto al racionalismo, aunque no demasiado si se le perfila como una de sus causas más atendibles. La postración ante las virtudes de la técnica se ha vuelto tan grosera como ridícula.
Un individuo como Steve Jobs (al que nadie le niega el mérito como entrepreneur) saltó al estrellato de una manera insólita —multimillonario antes de los veinticinco años—, en tanto que laureados con el premio nobel de física o química son ignorados por el común de la población. Alguno dirá que se debe a la especialización que se requiere para evaluar estas aportaciones, pero nadie hace el esfuerzo siquiera de comprenderlas, lo que en nada se parece al apretar play al botón redondo e infalible del iPod.

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Más que nunca, pensar el espíritu se vuelve una asignatura pendiente. Encuentro que Ediciones Atalanta hace un esfuerzo por acercar al lector de lengua española a múltiples títulos para internarse en ese camino, que no es únicamente de esotéricos ni de aspirantes a hechiceros. Analizar de nuevo cómo la percepción afecta el juicio sobre el entorno se tenía por un ejercicio olvidado, o propio de especialistas, pero la vivencia colectiva se convierte en monolítica cuando no se cuestiona.

Una historia secreta de la consciencia (2009) de Gary Lachman (Nueva Jersey, 1955), por ejemplo, rastrea diversas modalidades del entendimiento que circulan entre los entendidos, y las traduce para el lector actual, que se abre paso entre la maleza para visualizar cómo todo su entendimiento podría ser producto de variables con escaza solidez. Valor individual aparte, este libro de Lachman dialoga con Salvar a las apariencias de Owen Barfield, a quien dedica páginas de lectura atenta; al igual que con Origen y presente de Jean Gebser, analizado igualmente en Una historia secreta…; con su biografía de Rudolf Steiner; con Consciencia más allá de la vida de Pim van Lommel y El arte de morir de los Fenwick; al igual que con otro libros de la misma editorial.
En estos libros y otros más que ya no citaré, la percepción y la conciencia se vuelven aspectos centrales, así como el tránsito hacia la muerte a partir de lo que la ciencia —esa forma provisional de explicación del mundo— no ha podido resolver debido a su misterio intrínseco. La respuesta a cómo entendemos el mundo implica una manera de abordarlo, y quizá debido a ello la reflexión dejó de buscar formas de convivencia para atender la problemática actual.

Las atribuladas agonías del presente se rehúsan a morir aunque se niegan a reinventarse. El espectáculo triste de cualquier periódico podría ser consecuencia de la incapacidad para fundar a un hombre nuevo. Los valores del pasado, que se tienen por inamovibles y aún con todo no se respetan, muestran su agotamiento y el avance tecnológico no hace sino generar más y más comodidad para evitar la supuración que provoca el paso del tiempo. Nadie aspira al misticismo y menos aún a la santidad, pero quizá convenga volver a las obras Gurdjieff, Ouspenski o Blavatsky. El desprestigio del pensamiento “mágico” (lo denomino con esa palabra en la urgencia de no hallar una más apropiada), no es sino un vestigio de una época a la espera del siguiente avance tecnológico.

Una literatura sin una valoración de lo humano, en un sentido hondo, lejos de la cursilería, requiere tiempo de gestación y una mirada a nuestro acontecer desde cualquier perspectiva imaginable. En ese contexto, la tarea de Atalanta es arriesgada y busca filamentos delicados, aquellos que se apartan de manera voluntaria del miasma cotidiano a causa de una afinidad que no siempre es posible verbalizar. En esta rama de aportación al lector contemporáneo (tiene otras visibles: Casanova, los mitos, el rescate de algunos “raros”, clásicos en renovadas traducciones), es incalculable la íntima felicidad que aporta a quienes, finalmente, llegan a sus páginas.

Sin caer en misticismos o profecías sobre una nueva forma del espíritu, es posible plantear la necesidad de hacer un ejercicio para evaluar en qué momento la confianza en la razón impide asomarse a otra forma de construcción del individuo. Eventualmente, una evaluación semejante alcanza a la organización social. La arquitectura actual del ocio, por ejemplo, elimina toda posibilidad de entregarse al examen interior. La puesta en práctica de filosofías milenarias (budismo zen, feng shui, meditación trascendental, yoga, etc.) pierde su capacidad de convocatoria debido a que terminan como un paliativo para el ocio y para aliviarse del estrés de las actividades diarias, antes que como una forma de ampliar la perspectiva del hombre.

Volver a la interpretación del mundo sensorial para arribar a otra forma de entendimiento es una de las virtudes de Una historia secreta…, que juzgo ideal como puerta de entrada a la posibilidad de hallarse el rostro en medio de la permanente multitud de noticias grotescas y lamentables. Ante la imposibilidad de modificar el escenario actual, es factible mirar adentro para verificar qué tanto nos reconocemos del aquel que fuimos o aún anhelamos llegar a ser. Buscar las coordenadas de la conciencia es una oportunidad para quienes se reconocen perdidos y ya no quieren buscar más.

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El propio Jacobo Siruela hace su apuesta en El mundo bajo los párpados (2011), un recorrido por el sueño a partir de diversos autores, el cual tiene su complemento en Cuaderno de noche (2011) de Inka Martí, un libro que reúne sueños de la autora. Igualmente en Libros, secretos (2015), una mirada a libros que fueron escritos para liberarse de las ataduras de ser un objeto inteligible. ¿Qué es el manuscrito Voynich, si no un reto para la inteligencia y curiosidad de sus hermeneutas?
La vida onírica no deja de ser una caja de sorpresas, a pesar de los intentos múltiples por racionalizarlos, o por utilizarlos como oráculos y hasta escenarios explicativos de traumas o neurosis. La solidez del sueño como materia del artista se impone sobre aquellas que intentan darle una finalidad. No obstante, su desprestigio se debe más a los expertos de la manipulación que a quienes ven en ellos una posibilidad de asomarse a un “yo” que no se asoma en la vigilia, que se resguarda entre pliegues y aparece sólo cuando la conciencia habitual cede su sitio a las imágenes del inconsciente.

Ese gran espejo colectivo que son las redes sociales, que simulan darnos un parte verídico de la realidad, se instalan en el debate contemporáneo al transformarse en un punto de encuentro, o quizá en el nuevo Punto. La sobredosis de realidad ya no sólo insensibiliza a los testigos-partícipes —el consabido gran temor de los años noventa— sino que los involucra hasta volverlos irreconocibles de la fantasmagoría de bytes. En otra vertiente, la sobresaturación de leyes confirma lo poco que ayudan a la socialibilidad y lo mucho que aportan a los legisladores que viven de la hacienda pública. Entonces se acumulan los desperfectos en la escenografía de todos los días y la mirada al interior se relega. En el concierto de vanidades de la vida actual, apenas subsisten las lecturas que no son propiamente para ese “hoy” que es otra ilusión de los noticieros.
Aquí es claro el aporte de libros que se refieren a esa misma realidad, aunque desde una perspectiva que insólita y, por lo mismo, irremplazable. Las obras de Patrick Harpur, Tarnas o Arnau, ganan espacio en el debate y sus ideas permean hasta el punto de resucitar libros y autores que se tenían por perdidos. El anhelo de cualquier editorial a la vista.

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