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Capitular: Sobre la prisa generacional

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Más que nunca la conversación es una exigencia y el solipsismo es un lujo que no tiene espacio en la actualidad. Aterrizamos en la horizontalidad. El formato de la discusión puede variar aunque no el fondo: conocer al otro. Difícil intentar la valuación de un objeto sin la oportunidad de exponer los detalles de su aparición.
Capitular inicia una nueva hoja, y también otra ocasión para detenernos a vislumbrar lo que apenas se asoma. Otro cuaderno de hallazgos.

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Blog: Capitular
Sobre la prisa generacional

Por Luis Bugarini

Una parte significativa del consumo cultural es el armado periódico de listas. Como si esbozar un mapa fuera capaz de dar certeza sobre la geografía de un terreno. La repetición de nombres funcionaría como un ariete para lograr insertarlos en el esquema de la producción cultural significativa, en tanto que el resto quedaría como un satélite debido a su baja calidad o falta de penetración debido a las campañas en los medios de comunicación.

Parece natural que cada generación nazca con prisa de reconocerse a sí misma en el espejo. Que corran al estanque a comprobar si su imagen se refleja y cómo lo hace. Vislumbrar los “temas de la generación” equivaldría a lograr el pegamento necesario para autopreservarse del olvido que provoca el paso del tiempo. Pero el corpus de una literatura nacional requiere más que la reiteración —no pocas veces derivada de la más pura y llana amistad o la reciprocidad silenciosa—, para vertebrarse y edificar un sitio reconocible desde el cual entender qué fue lo que se escribió en un periodo específico y qué posible sentido tuvo hacerlo.

La forma estandarizada de producción actual de escritores, en donde la caza de becas es una forma de sobrevivencia, genera libros de escaso mérito, lo mismo que profesionales capaces de escribir sobre cualquier asunto imaginable. Esto presupone escamotear el reconocimiento a quienes no escriben con la bendición de los cenáculos y capillas, además de un alzado de fronteras ante la posible validez de su tentativa. La superstición del premio campea más vigente que nunca, por otro lado. Nuestros escritores tienen más reconocimientos que un general de división en guerra y, a diferencia de ellos, jamás se quitan las medallas del pecho. Los editores apenas se detienen en la calidad del libro si es que los reconocimientos —otorgados por cualquier instancia imaginable— tienen el peso necesario.

Pero cada quien tiene que sobrevivir según la circunstancia y el ogro filantrópico se vuelve cada vez más generoso con las artes. (En México) aumentan los apoyos y el Fonca deja de ser la única instancia de apoyo a los creadores. El Estado al fin entendió que el escritor genera capital cultural y no sólo es un crítico de la administración pública. Ahora bien, la prisa generacional actúa a favor de una “consolidación” prematura de los autores, pero en contra de los méritos que podrían germinar años después. La carrera de un escritor es larga y falta superar obstáculos de primer orden: la abulia, el alcoholismo, la propia vida literaria, la profesionalización del escritor entendida como un obstáculo para volver a la escritura, la muerte prematura, etcétera.

No parece errático armar mapas para orientar al lector, pero deberían presentarse con las anotaciones pertinentes respecto al alcance del ejercicio. Quienes desconocen la mecánica de cómo se logra una historia literaria, podrían caer en el engaño de suponer que los autores que figuran son los escritores a considerar como integrantes de una generación sólida. Por lo regular, esas listas dejan de lado a los casos aislados, a los raros, a quienes iniciaron a destiempo y, pasadas las décadas, ganaron confianza en su escritura. El proceso creativo es personalísimo y el autor más prolífico de hoy enmudece mañana. O al más celebrado se le descubren plagios que desequilibran la legitimidad de su obra y terminan por lanzarlo al olvido.

La literatura es una caja de sorpresas y cabría mantener cierta distancia respecto de lo que se publica. Además, las editoriales de alto impacto dejaron de ser un referente indiscutible de calidad literaria —las excepciones se cuentan con la mano— y las pequeñas casas editoras se arriesgan con propuestas que son oxígeno en medio de la asfixia de la uniformidad. El ensayo de imaginación, el aforismo, el cuento, la minificción, la fábula o la mezcla de todos ellos, habitan agónicos en las páginas de libros que apenas circulan y sólo se conocen por los entendidos.

La prisa nunca es buena consejera. Tampoco confiarse a la supuesta legitimidad que nace de la repetición. El golpeteo no genera verdades ni será capaz de disminuir el talento de un autor no considerado. El escritor más célebre puede terminar repudiado y el más discreto con los honores de un grande. Las reglas de este ajedrez se vuelven a dictar cada generación y pocas veces se repiten. Quizá la única que se mantiene vigente, debido a su capacidad para contener el entusiasmo, es la prudencia, responsabilidad casi exclusiva del crítico y una de las que menos ejercitan.


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