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La responsabilidad del crítico

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Blog: Capitular
La responsabilidad del crítico

Por Luis Bugarini

Pedir responsabilidad para el crítico equivale a pedirla para el narrador, poeta o dramaturgo. ¿Qué responsabilidad podría tener Henry James por escribir Los embajadores? ¿O Heinrich Böll por El honor perdido de Katharina Blum? El crítico heroico, en efecto, podría ser señalado por citar mal o sacar una conclusión apresurada. Su labor está sometida a procedimientos rigorosos que requieren validación por parte de un tercero. El crítico hedónico y el crítico a secas sobrevuelan por encima de las metodologías —como no sea por aquellas que decidan adoptar de manera libre—, y se instalan en ese espacio que permite la reiteración del gusto personal. Esto no implica que no puedan ser responsables de un criterio, eventualmente. Un entusiasmo sin fundamentos o la ratificación visible de una amistad puede llevar consigo un detrimento reputacional en su trayectoria. Más allá de eso, no obstante, equivale a proponer un sistema para premios y castigos dentro del ámbito literario. Un libro tiene o no tiene aciertos o los tiene apenas, otro modo de proponer un diálogo. Un libro deficiente es mejor que la abulia, lo mismo que un crítico que escriba desde la penuria intelectual será mejor bienvenido que aquel que sólo condena la pobreza de la crítica. Ir hacia ese espacio de construcción colectiva es preferible a quedarse mirando desde la distancia.

Si bien el crítico no escribe para demostrar sino para mostrar, hay posibilidades de participar contra la acción corrosiva del tiempo. Las obras pierden contexto según pasan los años. Párrafos que fueron imprescindibles para una argumentación, de pronto quedan desnudos y malnutridos. La construcción del espacio público implica una colaboración prolongada que permita mostrar las huellas del presente. Aquí hay espacio para, ahora sí, enseñar a leer un texto. Saber quiénes fueron los aqueos, por ejemplo, no ayuda al disfrute de la saga homérica y poco aporta para solucionar la cuestión homérica. La crítica tiene límites a su campo de acción y por tanto no le puede ser exigible ningún tipo de responsabilidad. Estamos ante otro escenario cuando pretende atribuírsele responsabilidad al crítico cuando la utiliza como herramienta de objetivos ideológicos. Ahí se interviene en la geografía de la ética del escritor y entonces será un aparato ideológico desde donde se realicen las imputaciones contra las opiniones del crítico.

En la crítica de la crítica no sólo intervienen aspectos estéticos respecto a la valoración de obras. También intervienen los afectos personales y grupales, las rencillas y ecos de debates murmurados, además de ataques velados y dardos con veneno. Es un malestar del espíritu al que ni el crítico heroico puede escapar; sin embargo, puede argumentar una liberación de responsabilidad debido a la aplicación de criterios académicos. Al ser el crítico un escritor, responde sólo por la manufactura del objeto y de su legibilidad. Si tiene o no méritos para ser conservado/integrado es un criterio ajeno a la producción de los textos. No se debe escribir con otra intención como no sea lograr un objeto legible, no obstante que se perciba una retribución por ello. Las monedas a cambio no lograrán la unión con el lector o la integración a un paisaje específico. Aplican las mismas coordenadas de acción al crítico que al escritor.

Un traspié de un crítico y otro de un narrador coinciden en la esencia: son traspiés. La diferencia es que una novela mal construida o un poemario deficiente serán olvidados muy pronto, pero las opiniones sobre literatura quedan grabadas porque son apenas algunos quienes las intentan. Lo más cómodo es dejar que el tiempo haga su trabajo y borre las huellas de aquello que merece el olvido más inmediato. Rescatar el libro equivocado por encima de otro que mereció después todos los elogios, puede condenar al crítico a la miopía más incorregible —aunque sea parcial o lo haya cometido por motivos extraliterarios. Lo mismo sucede con la creación de categorías para agrupar obras, autores, segmentos, escuelas. Quizá un crítico vio elementos comunes que, pasadas las décadas, no eran lo que parecían o, por el contrario, eran tan acentuados que derivaron hacia otro terreno. La arena de acción del crítico es el presente, aun cuando pueda aspirar a que sus libros sean considerados por lectores venideros.

El silencio es un arma del crítico, el cual no deberá ser considerado como inobjetable, ya que se produce demasiado y puede no haber tenido a la vista los elementos necesarios para intentar una estimación de conjunto. O teniéndolos la declina por ser menos afín a sus intereses que otras tentativas. El tiempo vital se escurre pronto y hace falta cumplir con otras exigencias sociales. Lo usual es que el crítico heroico reciba un salario por ejercer las formas organizadas de la crítica, pero lo deseable es que sea el entusiasmo y la curiosidad, las empatías o intuiciones, los que guíen la atención del crítico.


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